A veces sentimos que cómo jóvenes de ciertos temas no estamos autorizados a hablar, muchas veces me han dicho “¡Qué sabés vos, si ni habías nacido!”. Sin embargo, tengo la suerte de haberme formado como estudiante y ahora como profesional en una carrera que exige un posicionamiento teórico epistemológico, operativo instrumental y ético político que logra afianzar un pensamiento crítico y complejo acorde para poder reflexionar sobre una amplia variedad de temáticas y acontecimientos históricos.
Treinta y siete años después nos parece suficiente para reflexionar sobre del golpe de Estado en Argentina, un golpe a los Derechos Humanos con las prácticas más violentas que haya conocido nuestro país.
El 24 de marzo se conmemora en Argentina el Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia. En esta conmemoración se recuerda a quienes resultaron víctimas de la persecución, torturas y asesinatos la última dictadura militar que gobernó el país.
Por medio de una construcción normativa, que luego va a legitimar las peores atrocidades, se abrió camino a una nueva concepción de lo peligroso, por lo que se buscó erradicar prácticas o acciones “terroristas” o “antisubversivas”.
La subversión era todo aquello lo que al gobierno de facto le parecía una molestia para ejercer el control, aquello que podía afectar “el orden social” que pretendía establecer con su autoproclamado Proceso de Reorganización Nacional. Obreros, profesionales, estudiantes, intelectuales, sacerdotes y más que ponían el acento en la necesidad de un cambio social que llevara a una sociedad más justa, se convertían en subversivos. Entre ellos, por supuesto, se encontraban miles de colegas a los cuales les tocó intervenir en ese escenario tan nefasto pero que a pesar de todo seguían asumiendo su rol de agentes de cambio. Un Trabajo Social que resistió a cumplir un rol pasivo y creía en la necesidad de estudiar y actuar sobre la realidad.
Parafraseando a Galeano: “La memoria viva no nació para ancla. Quiere ser puerto de partida, no de llegada”. Como jóvenes sentimos la responsabilidad y el deber de recordar lo sucedido, lo que estuvo silenciado por mucho tiempo, porque la memoria es la herramienta con la que debemos honrar a los y las que soñaron con otro mundo posible, un recuerdo que no sólo quede en meras y efímeras palabras sino que se traduzca en el hacer, la reivindicación de esos valores nos motorizará en el presente a que desde la profesión sea condición sine qua non el respeto por los derechos humanos y la construcción de ciudadanía.
Creemos que si no nos replanteamos esa utopía, la de transformar la realidad, nos hemos confundido de profesión. ¡NUNCA MÁS!
Antonella Valdez
Secretaría de Jóvenes
del CPAS